domingo, 31 de octubre de 2010


EL FESTIVAL DE TEATRO CLÁSICO DE MÉRIDA Y LA METEDURA DE PATA DEL CABALLO DE ATILA

José Manuel Villafaina


El Día Mundial del Teatro, nos sorprendió una columna vergonzante de Opinión del HOY -periódico que teatralmente no da una- sobre el Festival de Mérida, firmada por el director del evento Paco Suárez. Nos sorprendió porque normalmente ese día se suele publicar, o reseñar, el manifiesto reivindicativo que se lee en todas las salas teatrales, firmado por una personalidad internacional del teatro. Después, nos sorprendió menos porque el escrito de Suárez, que no era el invitado por la Organización Mundial del Teatro, era el artificioso manifiesto de interés personal que esgrimía ante sus jefes del Patronato para justificar los millonarios presupuestos que había solicitado, y de paso para arremeter contra quienes han cuestionado públicamente, con comentarios, su gestión del Festival. En este último sentido, embistiendo casi paranoicamente, dice: “Como director del Festival pido a las gallinas del corral donde vivimos, que dejen de cacarear tanto y pongan más huevos, y a las sombras oscuras (complot marrullero y tabernario) de la envidia, de la inquina, de la mediocridad, de la ineptitud, de la venganza y de la frustración, que no olviden de la luz misericordiosa que regala la vida, para curarse de tanta miseria. Como director de escena, 40 años dedicados al teatro, sólo diré que ahí está mi trayectoria…


Timón de Atenas”, el último bodrio-plagio de Paco Suárez en el Teatro Romano (dónde firma con el seudónimo de F. Sena para cobrar de la Sociedad de Autores y coloca a sus familiares en la obra)


Como el Patronato no refrendo una programación que presentó, a modo estrategia engañosa ante los recortes en el presupuesto, que era una tomadura de pelo reducida a 5 espectáculos y un mes de duración, pocos días después salió “llorando”, en el mismo medio, en una entrevista de tres páginas, y utilizando el lenguaje y trucaje más demagógico: “Nunca me han querido en mi tierra”, decía, porque con el presupuesto reducido no podía contratar a “alguno de los genios europeos del teatro actual”. Y, además, en sus respuestas recalcitraba sobre su trayectoria mintiendo más que corre.


Al final, se ha aprobado una programación caótica de bolos, durante mes y medio, que no esta sujeta a esa coherencia de ideas y contenidos grecolatinos y al concepto de producciones propias que dan personalidad al Festival, que en su día se presentó al Patronato (y que tampoco está sujeta -sospechando despilfarros- a lo que deberían costar los espectáculos ya estrenados en otros lugares). Y Suárez ha bendecido este resultado final del Festival, diciendo que “continua en la misma línea, con la misma dinámica y con la misma actividad”. Lo cual es otra aberración, sobre todo cuando su clausura (“broche de oro”, lo llama) se hace con la obra “El Avaro”, de Moliere (un espectáculo que sabemos estaría mejor en los Festivales del del Siglo de Oro- de Cáceres y de Alcántara).


Para este crítico teatral, que ha seguido y publicado los comentarios de las obras del Festival, sin ocultar la cara, y que conoce la trayectoria del personajillo y sus pataletas, el cuestionamiento que hace la mayoría de críticos sobre su gestión es acertado y merece respeto. Con el presupuesto asignado de más de 3 millones de euros es posible una programación equilibrada de producciones propias de prestigio cultural dentro y fuera de las fronteras. Pero esto se podría demostrar en otro debate.


Lo que aquí indigna de este director es su fanfarronería. Para quienes lo conocemos desde sus inicios, si sacamos a relucir su verdadera trayectoria de fiascos y tropelías teatrales, esta revista no tiene páginas suficientes. Uno mismo, para que el susodicho empiece a tapar la bocaza de mentiroso, puedo recordarle algunos ejemplos, como el fracaso de “Persecución”, su primera dirección profesionalizada en 1978, donde el cantante El Lebrijano lo dejó plantado. Pero el más sonado fue la gala del carnaval de Las Palmas, una versión del cuento “Aladino y la lámpara maravillosa”, donde tuvo que dimitir la concejala socialista Lucía Romero ante la avalancha de protestas de los ciudadanos. El diario “LA PROVINCIA” (10-2-94) escribió en su editorial: “Basta de incompetentes: los ciudadanos de Las Palmas han reaccionado indignados contra el esperpento carnavalesco que, difundido a través de millones de pantallas de Televisión, nos humilla y degrada en el exterior por la criminal incompetencia de quienes lo montaron”. También, los críticos nacionales lo han despachado bien. Haro Tegglen lo hizo con pocas líneas en un “Romeo y Julieta”, versión Neruda, diciendo: “Yo prefiero a Neruda en sus versos y a Shakespeare en inglés. A los protagonistas le faltaban apostura (Romeo) y dulzura (Julieta) y a los dos la voz” (EL PAIS, 16-2-2000). Y Lorenzo L. Sancho, sobre “Plaza Alta” dijo: “El espectáculo, caro de montaje y bien alimentado por las subvenciones, se queda a mitad de camino” (ABC, 26-5-95). Y no digamos de los golpes de pecho, hace tres años, presumiendo en los medios de comunicación de intelectual de izquierdas -homenajeando a Margarita Xirgu- y, después, colocando a la americana una alfombra roja en la entrada del teatro romano, como pasarela para artistas y autoridades, ignorando tal vez que la idea podría suscribirla con mucho regodeo la derecha más rancia.


En fin, esta tierra tiene también muchos aprendices de brujo que llegan al teatro por otras urgencias, propias de esa fauna culebrera de trepas, pelotas y chivatos difícil de erradicar. Suárez, que se ha cargado las producciones extremeñas en el Festival, de compañías que demostraron su capacidad de éxito en el espacio romano (¡cómo le van a querer en su tierra!) esta ya muy calado. Recuerdo que hace años, en 1981, le dediqué un artículo con el titulo: “El teatro y los cantamañanas de turno”, por utilizar -descaradamente para comercializar- una producción de la Cátedra de Teatro “Torres Naharro”, donde Suárez aprendía teatro. Como director de la Cátedra que fui entonces, contestando a sus maturrangas demagógicas le dije: “De verdad, no me gusta bajar a la calle a tirar pedruscos. Si algún cantamañanas de turno utiliza eso –la calle- para desahogar su farisaica y, por tanto disfrazada, vocación de chulillo pinturero, allá el con su complejo y sus hidras”. Hoy, podría contestar a sus declaraciones con otro titulo parecido: “El teatro y el cantamañanas de siempre”, pues por donde pasa se ve que va dejando la huella del caballo de Atila, metiendo la pata.


sábado, 12 de septiembre de 2009

Mis recuerdos de Juan Margallo
José Manuel Villafaina Muñoz

EXTREMADURA AL DIA, 07 sep 2007. Leído 370 veces
La concesión de la Medalla de Extremadura a Juan Margallo me trae recuerdos de simpatía por este extremeño, personaje entusiasta y batallador del teatro español, con el que participé en diversas actividades de mi vida teatral. Lo conocí en Madrid la década 60-70 donde habíamos estudiado: en TEM (con W. Laytón y M. Narros) y en la Real Escuela Superior de Arte Dramático.

Pero fue en su etapa con el director Italo Ricardi cuando me llamó la atención como agitador teatral en aquellas representaciones y coloquios montados en la Universidad (en teatro del San Juan Evangelista), donde los grupos teatrales tenían que salir corriendo con los bártulos escenográficos cuando aparecía la policía.

En esos años, de muchas medidas represivas, para los que aspirábamos como él a tener teatralmente compromiso social e independencia era fácil congeniar con el ardor de su protesta artística contra el peso fascista y con su lucha -en foros junto a su grupo Tábano o junto a actores, como Juan Diego- por las reivindicaciones teatrales.

Me motivaron muchas cosas de aquel Margallo con la lanza en ristre, sentido del humor, solidaridad y cordialidad. Disfruté de sus iniciativas bajo el signo del teatro de provocación/happening y del estilo propio creado en la línea del teatro popular divertido que buscaba con guiños la complicidad del público en la crítica socio-política. Y aprendí una forma peculiar de protesta (que el dramaturgo Ángel G. Pintado me ha recordado en un libro).

Se trata del pateo, aquella manera de la honrosa tradición teatral de juzgar los espectáculos, hoy extinguida. Margallo también era un artista del pateo en las funciones pseudo/eruditas -como las de cámara y ensayo que programaba Mario Antolín, famoso censor y directorcillo de las subvenciones teatrales del Ministerio-. Recuerdo que él y su grupo eran los que pateaban más fuerte y yo el que repiqueteaba en las filas de atrás. También me acuerdo de la improvisada orquesta que montamos en una Semana de Teatro de Badajoz -en el Menacho- pateando un embaucador espectáculo del grupo sevillano Tabanque. Probablemente, de ahí vienen mis arrebatos de crítico teatral.

Margallo produjo en 1970 un gran impacto con su "Castañuela 70", al ser la primera obra del teatro independiente que logró acceder al teatro comercial de Madrid. El espectáculo fue suspendido en pleno éxito por la censura siete días después del estreno, provocando un escándalo en los medios culturales del país. La compañía lo representó después en giras por Europa y América Latina. Desde entonces la actividad teatral de Margallo fue intensa como actor, director, dramaturgo y organizador.

En Extremadura desde 1974 (con "Robinsón Crusoe") vimos siempre los montajes de sus compañías El gallo Vallecano y Uroc Teatro, participantes en Festival de Teatro Contemporáneo. En la etapa del consejero Jaime Naranjo contribuyó con su asesoramiento -y con las famosas carpas- a poner en marcha mi programa Plan de Acción Teatral Educativo en la Extremadura Rural. También, en los últimos años, ha dirigido espectáculos -"Edipo" y "La Paz"- para el Teatro Romano, con autores y actores extremeños.

Su labor como organizador la recuerdo por la espléndida dirección del Festival Iberoamericano de Cádiz, iniciado en 1986, al que asistí durante diez años, invitado a participar en foros y encuentros de directores de Festivales. Allí tuve el honor de recibir en 1994 el premio "Ollantay" del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral. Desde 1973, en estas y otras colaboraciones teatrales coincidimos también en varios países del otro lado del Atlántico. En 1977, organizado por la Federación de Festivales de Teatro América participamos ambos en Festivales de ocho países de Centroamérica y el Caribe (Margallo con "La sangre y la ceniza", de A. Sastre, interpretando soberbiamente el personaje de Miguel Servet). Su amplia historia teatral figura en una de mis voces dedicadas al teatro en la Gran Enciclopedia Extremeña.

En el último Festival de Badajoz participó con "El señor Ibrahím y las flores del Corán", obra que reflexiona sobre la amistad -de un viejo musulmán y un joven judío- por encima de las diferencias de origen. Margallo, exhibiendo toda su maestría escénica hace el papel del viejo Ibrahím, fascinando al público que percibe los latidos de una actuación de altísimo voltaje. Por esta interpretación recibió el Premio MAX de las Artes Escénicas al Mejor Actor. Ahora le han dado la Medalla de Extremadura, distinción que también merece por su larga trayectoria artística, de gran belleza moral ¡Enhorabuena, Juan!